1944-2020

FAMILIA CRISTIANA

No he sabido de él por varios días, hasta que una llamada me deja saber que ha ingresado al hospital. Un amigo me recoge, caminamos las tres cuadras hasta el lugar donde he visto morir a tantos otros. Yace inmóvil. Conectado a tubos y máquinas.

El sarcoma de Kaposi que le ha estado pudriendo las extremidades inferiores no le ha tocado el rostro todavía hermoso. Pido unos minutos, me le acerco y le susurro: “¿Necesitas algo? No tengas miedo, busca la luz del otro lado.” Me aprieta la mano. Afuera, un doctor explica; el cáncer le ha atacado los pulmones y otros órganos; es ahora cosa de días. Otra llamada. Ha llegado la familia. Chicanos de Corpus Christi, cristianos fundamentalistas

Regresamos al hospital. Al acercarnos a su habitación escuchamos música. La madre ha dado ordenes que, dada su condición, nadie sino ella y una hermana pueden verlo.

Otro amigo, parado contra la pared del corredor, su rostro una máscara de dolor y rabia, nos dice: “Están adentro, con una radio, escuchando música evangélica. La madre ha traído una Biblia, camina al lado de la cama gritándole que se arrepienta de sus pecados para que pueda entrar al reino de los cielos. Pero él ha rehusado de plano recibir a cualquier sacerdote.”

Inútiles, cruzamos la calle hasta el bar más cercano, donde nos emborrachamos con Margaritas y hablamos de los buenos tiempos. Ya camino a mi apartamento se nos salen las lágrimas. Llegamos sollozando a todo pulmón, vamos de un lado a otro de la sala maldiciendo a las madres, los padres, al Dios de los cristianos.

En un servicio funerario a la gringa, en el que todo el mundo se levanta ha contar cosas decorosas y hasta chistosas de los muertos, me levanto gritando que no estoy allí para oír hablar bien de mi muerto sino para compartir el trauma emocional de su irreparable perdida. Los padres se marchan.

Han traído un camión en el cual acumulan todas las pertenencias del hijo, incluyendo una invaluable colección de carritos de juguete que le ayudé a reunir por años. Una vez que sus numerosos hermanitos se han cansado de ellos, se pudren de moho en el patio.

Después de un tiempo la hermana me escribe agradeciendo mi asistencia al servicio. Contesto vitriólicamente, conminándola a nombrar el morbo que ha matado a su hermano, y a tomar una postura activista. Nunca responde.   |