1941- 2024

UNA CARRERA EN WASHINGTON  

Notable diplomacia sin secretos.

Inevitable desembarco a la vista.

Ultimátum es visa, portavoz es prologuista de portahelicópteros.

Esposa, dos hijos, un gato persa, libros.

Un día la escena cambia sin que nadie sepa decir por qué o por qué tan de repente Puerto Príncipe es un fracaso y Beirut un caos.

Se intenta algún arreglo según la prensa.

Y los ojos de la censura parpadean.

No hay datos disponibles en términos de público despacho.

“No es cuestión de mapas, es la carrera, se trata de poner buena voluntad, nada más”.

Así decía el hombre y se ajustaba los lentes que, redondísimos, iban bien, a su manera, con el óvalo del rostro y la escultórica cabeza ovoide intensamente blanca.

Clases y conferencias aliviaban, siquiera en algo, su temprano retiro del servicio.

Yo lo escuché una tarde en Baltimore, entre un homenaje a Poe y una visita a no recuerdo qué museo local.

EL APRENDIZ

Un año es hoy el puerto que la nave toca.

El puerto es una lluvia con mástiles.

Mejor no hablemos de la nave, hablemos de esta lluvia de ayer que todavía cae en la ventana.

El aprendiz oye a la lluvia, la mira como ella quiere que la miren.

Así como los árboles son lluvia con hojas, el aprendiz se siente lluvia con zapatos: va pisando una mezcla de barro y sueño, una promesa del paraíso.

Entre fusiles y desfiles y lápices y goma de borrar borradores de un poema, sin vocación para las armas donde un joven, si es pobre y no es soldado, es poco menos que un fantasma, el aprendiz aprende a leer, realmente, a leer una carta escrita por la lluvia.

Se fue la lluvia, queda la carta.

Se fue el silencio, caen las hojas del calendario en una película.

Escena inevitable, la del calendario.

Las hojas caen, dejan ver los números, los nombres de los días y los meses.

Así es como se entera el espectador.

De algo está seguro el viajero, no es un espectador de sí mismo.

Vuelve siempre que puede a la ciudad de la ventana en la lluvia de ayer, a un país del amor y su gente, gente oscura, sin suerte en el juego.

Vuelve y con él volvemos a una joven de cabecita linda, de mirada vacante y de corazón acéfalo.

Él la quiere, ella baila en el teatro. Hay un café cerca del teatro. Ahí, los justos en una mesa, el injusto en otra.

El joven no saluda al injusto. Todo se explica por sí mismo, dice a sus compañeros, menos la injusticia.

Los años son a su ningún oficio lo que los siglos a una hormiga.

Hoy dice ser un viejo aprendiz de poeta.

Y puesto que vivir es misterio suficiente, no quiere para sí la certidumbre del fuego que ya fue.

En eso anda, en robar otro fuego para después firmarlo.  

HOJAS DEL JEJUÍ

1

Y luego de la quema de la casas que ardieron como rastrojos, quedó la estirpe de un hombre a la intemperie.

Sólo entonces se alejaron los soldados.

Muchos años después, ni olvido ni memoria encuentro en el silencio de ese viejo sentado en un cajón que fue de frutas, sentado en medio de la verde nada que el rico llama campo y el pobre llama lote, con acierto.

Ahí lo veo, más que dudoso propietario de otro nuevo lote demencial de los que ahora entrega el gobierno.

El viejo nos dice buen día a un funcionario, a un periodista, a mí, que oficialmente no existo.

En realidad, no es un saludo. Creo que el viejo quiere decirnos que el arado es el padre de la artrosis.

Volver a la utopía para encontrarme con la historia. Volver a la utopía para oír el silencio de un hombre.