1975

POEMA PARA UNA HELADERA VACÍA

Esta no es la poesía que hubiera querido pero, una vez más, la heladera está vacía.

Una vez más, alguien golpea a la puerta para vender, y comprar algo, porque aquí todo tiene su precio.

Acá los pájaros mueren de hambre y uno se enferma y yo busco una palabra, un ala de pájaro muerto, el precio de este desgano busco la forma en que pueda caer tranquila, aunque la heladera y la vida estén vacías aunque los mercaderes te traigan de nuevo: pájaro muerto, palabra anudada.

Alguien golpea a la puerta para entregarme la muerte.

FINAL DEL SUEÑO

Todo, al final, resultó ser parte de la gran hipocresía sistémica donde los crédulos miran televisión, y se piensan, y creen que se están viendo.

Después, lo único que se pudo hacer, fue cortarse las venas, una sobredosis de viagra, una inyección de pentotal para despertar del sueño ingenuo.

Esto es lo que quería papá cuando dijo: “mi hijo el doctor”, y me alzó en brazos.

Esta especie de limbo, de burbuja que es el mundo, pero ¿qué voy a hacer con vos, amor?

Al final, tampoco era cierta esa idea añeja del amor, del que mamá hablaba mientras se pintaba los labios.

La aguja entra en la vena, el líquido incoloro dilata las válvulas, el calor recorre las arterias, la solución enamorada del espasmo, los tendones se contraen, el ardor de los nervios y, luego, esa paz donde todo se derrumba.

¿Dónde voy a guardarte amor? Sino en esta parodia de ahogarte en un golpe seco del brazo extendido que busca el torrente.

Todo se te parece tanto, esta aguja hurgando, inflando la vena y, después, los ojos clavados en el techo: abiertos, alucinados, luchando por hacer remoto el control de esta vida.

EL ROCK DEL GORDO PIPO

Un charco puede ser la peor emboscada y, a veces, esto hay que tratar de adivinarlo aunque, para nosotros vivir en esta ciudad, esté íntimamente relacionado con la idea de que prever es imposible.

Los de al lado son unos enloquecidos con la música, siempre cumbia y cumbia pero acá el rocanrol es hasta el final, hasta el último aliento como el gordo Pipo que se murió el año pasado, con un vaso de cerveza en una mano, y en la otra la púa tocando un tema de Hendrix.

La muerte podría ser un charco al que uno siempre subestima te mirás en ese espejo, aparece tu rostro demacrado tanto reviente, como el gordo, como los vecinos, como nosotros.

Pero nosotros no podemos prever y, además, nunca un charco puede tener semejante profundidad nosotros nos tiramos derecho al charco, y caemos de jeta sobre el agua podrida como el gordo Pipo cuando se desplomó sobre el charco del vaso de cerveza y, a todos, nos dio tanta pena ése último vaso del gordo Pipo desparramado por el suelo.